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Desposesión, cultura e identidad nacional



por Juan Jované

El actual modelo de crecimiento de Panamá está signado por un profundo contenido de exclusión social. Hecho este que se expresa de diversas maneras, entre las que encontramos la negación del trabajo decente para un número significativo de panameños y panameñas. Pese a la proclamación del pleno empleo por parte de los sectores dominantes, en la realidad se observa que el 4.1% de la población económicamente activa se encuentra desocupada, mientras que el 59.2% está constituida por informales urbanos y subocupados del sector primario.

Este modelo concentrante y excluyente también se ha venido caracterizando por la presencia de un profundo proceso de desposesión y rapiña, el cual se manifiesta por el creciente uso de los poderes del Estado para generar el despojo de la población. Se trata de un proceso de pillaje de tierras, despojo de recursos naturales, de manipulación especulativa de los precios y presión sobre el salario real, así como de utilización de la deuda pública, los sobreprecios y la contratación directa con el fin de enriquecer a los grupos que controlan los aparatos del Estado.

Especial atención debe hacerse de la tendencia, pocas veces tomada en cuenta, hacia la desposesión cultural, la cual opera a través de un doble impulso desnacionalizador. El primero de estos, destinado a introducir formas ideológicas y pautas de acción adecuadas al alto grado de subordinación social y dependencia externa que provoca el actual modelo social, se manifiesta en la tendencia a borrar la memoria histórica de las luchas nacionales, sociales y democráticas, hecho que, por ejemplo, se manifiesta en la eliminación de los planes de estudio de la materia “Relaciones de Panamá con los Estados Unidos”. En este contexto la educación se convierte en un mecanismo que busca generar una fuerza laboral barata, dotada de las capacidades básicas y, sobre todo, dócil frente a los dictados de los sectores dominantes, carente de todo sentido de práctica de la libertad y de búsqueda de la liberación nacional.

Es esta visión, la que hoy domina en el Ministerio de Educación, y en esta se entiende que las llamadas “habilidades blandas” que precisa nuestra fuerza de trabajo son simplemente aquellas que la adecúan para actuar con eficiencia en la inserción subordinada que el país mantiene en el actual proceso de globalización sin solidaridad. Es en este sentido que el proyecto gubernamental de reforma a la educación entiende los conceptos de pertinencia y competencia. También se trata, vale la pena agregar, de la visión que de manera radical se expresan en los programas de gobierno de los llamados partidos tradicionales de oposición.

Se trata de un proceso, conviene aclarar, que no está limitado al ámbito de la educación formal. El mismo también se despliega, por ejemplo, en el terreno del cada vez menor interés que muestran los organismos del Estado por promover la generación y difusión de la literatura nacional. Así mismo esta tendencia se manifiesta en la utilización de los medios de comunicación como mecanismo de promoción de pautas culturales ajenas a nuestra tradición, muchas veces cargadas de un alto contenido de violencia.

El segundo impulso se manifiesta en el creciente trato de mercancía que cada vez más se le da a nuestras manifestaciones culturales. En efecto, uno de los problemas que genera la aplicación del rasero de la rentabilidad como supuesto criterio de racionalidad, es el intento de encajonar la producción y la difusión de las expresiones de nuestra cultura dentro de la llamada “industria cultural”. El problema de este enfoque reside en que su aplicación implica la mercantilización de la cultura, lo que conduce a la eliminación, modificación o deformación inescrupulosa de algunos de sus rasgos, con el único fin de adecuarlos a la demanda de mercado y, por tanto, a la rentabilidad del capital. El criterio aquí no pasa por preguntarse si un determinado rasgo de nuestra cultura expresa adecuadamente nuestra identidad nacional. El criterio básico aquí es asegurarse de que el mismo resulte rentable para la explotación comercial.

Es importante, entonces, entender que la lucha contra la desposesión debe incluir aquella que se relaciona con la defensa de nuestra cultura e identidad nacional. Para que esta última sea exitosa, no deberá entenderse como un objetivo aislado, sino como parte del proceso general guiado a resolver la exclusión social y el despojo económico de la población. En la medida que la lucha por la cultura y la identidad nacional acompañe a los procesos de liberación social, la misma se convertirá en una real fuerza material capaz de promover la refundación nacional.

1 comentario:

  1. Las culturas vivas comunitarias fortalecen las identidades y las economías nacionales. AcampaDOC Panama se suma a la revolución cultural iberoamericana: demandamos 0.1% del presupuesto nacional para las Culturas Vivas Comunitarias. Si no es ahora, cuando ?!!
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