Juan Jované, activista y economista, miembro de MIREN
Hace apenas algunas semanas, un importante dirigente gremial empresarial afirmaba que en el plano de la economía “siempre que el gobierno interviene las cosas se dañan”. Con esto no solo emulaba la conocida frase de Ronald Reagan “el gobierno no es la solución a nuestro problema, el gobierno es el problema”, sino que mostraba un punto de vista fundamentalista, carente de sustentación aún en los términos de la teoría económica tradicional.
Cualquiera que haya tomado en serio la teoría económica tradicional, aún sin tener la menor idea de la visión crítica alternativa, sabe que la idea de que el mercado es capaz de generar una asignación óptima de los recursos es una afirmación altamente condicionada. Tal como lo demostraron Arrow y Debreu, el mercado solo sería capaz de asignar adecuadamente los recursos si se diera una situación de competencia perfecta, la que implica agentes económicos perfectamente racionales; un gran número de compradores y vendedores, de manera que ningún agente pueda influir sobre el precio; la presencia de bienes y servicios homogéneos, esto es no diferenciados; libre entrada y salida de los mercados, o sea, ausencia de barreras; información perfecta y simétrica. Se trata de premisas ausentes en la práctica si se tiene en cuenta la presencia ubicua de los oligopolios, la diferenciación generalizada de los productos y las barreras financieras y tecnológicas que protegen a dichos oligopolios.
Principalmente a partir de los trabajos de Stiglitz y Ackerlof no solo se ha vuelto a evidenciar que el supuesto de la información perfecta y simétrica es prácticamente inexistente en la realidad. También se ha demostrado que la presencia de tal “imperfección” de mercado, aún cuando pueda parecer pequeña, aleja muy significativamente los resultados de lo que sería una asignación óptima de los recursos. Existen, además, otros problemas para los neoliberales.
En primer lugar, para que se pudiera cumplir con una asignación óptima, a partir del libre funcionamiento del mercado, no deberían existir las llamadas externalidades. Esto significa que siempre y en todo lugar los costos sociales deberían coincidir con los costos privados, mientras que también se debería observar una igualdad entre los beneficios privados y los sociales. La realidad, sin embargo, muestra que la economía está llena de externalidades, siendo las más visibles aquellas que tienen que ver con la contaminación ambiental, generadas por los productores y cuyos efectos recaen sobre la población en general, así como sobre el bienestar de las futuras generaciones. Por su parte, la salud y la educación pública generan externalidades positivas, por lo que ameritan el apoyo del Estado.
En segundo lugar, para que se cumpliera con las condiciones en que el mercado no regulado lleve a una asignación óptima, la propia teoría tradicional también pone como condición la ausencia de bienes públicos. Esto es de bienes tales que el hecho de que alguien más los utilice no excluye a que otros también lo hagan y para los cuales difícilmente se puede evitar que cualquiera pueda disfrutar de los mismos (por ejemplo el alumbrado público).
En tercer lugar, existe la condición de los mercados completos, que permitirían realizar todos y cada uno de los intercambios que logren optimizar el nivel de satisfacción de los agentes. Existen notables ejemplos de mercados inexistentes. Por ejemplo, no existe ni existiría un mercado en el que la generación actual y la futura negocien sobre el uso de los servicios del ecosistema. Realmente se trata de un problema de moral social que está fuera de la visión de los neoliberales.
Existen, más allá de la teoría más tradicional, otras piezas de análisis económico convencional que se oponen a la visión neoliberal. Una de las más importantes proviene de los resultados de la llamada Economía del Comportamiento, los cuales, desde una posición experimental, llaman la atención sobre el hecho de que los agentes económicos son capaces de alejarse sistemáticamente de la llamada racionalidad perfecta.
A esto debería agregarse que como sabe cualquier estudiante de la carrera de economía que la asignación óptima no significa una distribución del ingreso que pueda ser calificada de adecuada o equitativa. Por algo Arrow se vio obligado a generar el llamado “segundo teorema del bienestar”.
De lo anterior surge una pregunta: ¿por qué los neoliberales, que deberían conocer todo esto, insisten en que el Estado no debe intervenir frente a las notables fallas del mercado? La respuesta puede estar en la siguiente variante de la famosa frase de Upton Sinclair: Es difícil hacer que un hombre entienda algo, si sus ganancias dependen de no entenderlo.
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