por Juan Jované
En su discurso de inauguración presidente de la república intentó establecer cuál era su posición en torno al mercado, declarándose “respetuoso del libre mercado pero alérgico a la especulación con la comida”. Se trata de una afirmación que por su contenido conceptual, así como por el estilo de política a la que ha dado lugar, resulta interesante de analizar, a fin de calibrar la posición del gobierno de turno frente al accionar del Estado en el ámbito de las políticas públicas.
Lo primero que salta a la vista es que se trata de una visión que, ligada al neoliberalismo, solo alcanza a proponer una muy reducida intervención del Estado. Esto se demuestra claramente si se tiene en cuenta que el presidente, aún declarándose contrario a la especulación con los alimentos, solo se ha atrevido tímidamente a controlar veintidós productos de la canasta básica alimenticia, dejando por fuera muchos productos en los que efectivamente podría estarse dando una significativa especulación. Es así, para dar un ejemplo, que los aceites vegetales, que quedaron fuera de la medida de congelamiento de precios, mostraron en los últimos siete años un incremento de precios de 85.4%.
El enfoque del primer mandatario no alcanza a ver que los efectos de la especulación sobre los bienes básicos no se limitan a los alimentos. Esto es claro si recordamos, nuevamente con fines de ejemplificación, el historial de los precios de los productos médicos y farmacéuticos, los que entre mayo de 2009 y mayo de 2014 se incrementaron en 16.5%.
Lo peor es que las declaraciones del presidente no logran entender, ni siquiera en los estrechos términos de la teoría económica tradicional, las bases objetivas de la intervención pública en la economía, concentrándose exclusivamente en los problemas de la competencia y las estructuras de mercado, mientras deja por fuera elementos tan importantes como lo son las fallas de mercado y sus costosas externalidades. Estas son en muchas ocasiones negativas, como en el caso de la contaminación generada por diversas actividades económicas, dando lugar a costos sociales que superan a los beneficios sociales, haciendo necesaria la intervención pública. El no reconocimiento de esta realidad en la frase bajo análisis coloca al actual gobierno en una visión radical en términos del fundamentalismo de mercado, la cual resulta estar más allá de los planteamientos de Hayek, el reconocido como el indiscutible padre del neoliberalismo, quien en su “Camino a la Servidumbre” reconoció que la desforestación y la contaminación eran casos en los que se tendría que “recurrir a la regulación directa”.
También existen, por cierto, externalidades positivas en las que los beneficios sociales llegan a superar el costo individual. Este es el caso del conocimiento, el cual tiene, tal como lo ha destacado Stiglitz, un cierto carácter de bien público, en el sentido de que siempre puede ser utilizado por otro productor sin ningún costo marginal, a la vez que también tiene efectos de rebalse, en la medida que un conocimiento puede dar lugar a otro, beneficiando a agentes diferentes al que originalmente lo generó. No en vano Isaac Newton dijo que "si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes".
En estas circunstancias las políticas públicas a favor de una sociedad del conocimiento se hacen inminentes. Es así, por ejemplo, que una política exagerada de propiedad intelectual podría limitar el efecto de generación y difusión del conocimiento, sobre todo si da a lugar a estructuras y rentas monopólicas. Así mismo, el financiamiento público a la investigación en ciencias básicas es fundamental.
Recientemente Stiglitz y Greenwald”, en su reciente libro “Creating a Learning Society” (2014), han demostrado que en ciertas ramas y actividades los procesos de generación y difusión de conocimiento son más intensos. En estas circunstancias, de acuerdo a estos autores, los criterios tradicionales de mercado resultan insuficientes, de manera que las políticas públicas deberían guiarse a dirigir la economía hacia el desarrollo de estas ramas capaces de impulsar lo que ellos entienden como los procesos de “aprender haciendo” y “aprender a aprender”, ya que cualquier ineficiencia estática de asignación generada por la intervención sería más que compasada por la eficiencia dinámica de la mayor productividad. Se trata, además, de una forma de ver el desarrollo que le da un papel central a la educación.
A final de cuentas, nos encontramos nuevamente frente a un gobierno profundamente comprometido con la visión del fundamentalismo de mercado. Del mismo difícilmente se puede esperar algo en términos de las políticas públicas para el desarrollo equitativo y sostenible.
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