por Juan Jované
Para los seguidores del llamado enfoque libertario de la economía, cuyos grandes padres fundadores son Hayek y Friedman, los mercados que funcionan con plena libertad son una especie de ungüento milagroso, capaz de resolver cualquier problema. En efecto, de estos se espera una asignación óptima de los recursos, un estado de satisfacción que no se podría mejorar (óptimo de Pareto), así como una distribución de los ingresos consistente con la justicia distributiva. La realidad hoy muestra que se trata de una visión ideológica, totalmente alejada de la realidad.
En efecto, luego de un largo dominio de esta visión sobre la política económica, es posible advertir enormes fallas de mercado. La más clara está dada por el enorme peligro que representa el cambio climático global, producto de la acción de los mercados no regulados, impulsados por el afán de lucro. No menos importante, es el hecho de que el modelo ha generado una creciente desigualdad en la distribución de los ingresos, así como de la riqueza, hecho descrito claramente en el reciente libro de Thomas Piketty publicado bajo el título de El Capital en el Siglo XXI. A esto se suma la enorme falla de los mercados financieros desregulados, que, guiados por la avaricia de los banqueros y financistas, generaron la reciente Gran Recesión.
El fracaso del mal llamado enfoque libertario tiene su base en el desconocimiento, exprofeso desde luego, de las condiciones en el que el mercado podría tener resultados relativamente parecidos a los que proponen: agentes económicos totalmente racionales, ausencia de monopolios y oligopolios; bienes no diferenciados; libre entrada y salida de los mercados; información completa y simétrica para todos los que participan en el mercado; ausencia de bienes públicos (no excluyentes no apropiables); ausencia de economía de escala; mercados completos, es decir para toda clase de futuros y hechos inciertos. El libre mercado, cosecuentemente, no es igual a la inexistente competencia perfecta.
El segundo argumento de quienes se autodenominan libertarios es que, como lo propuso Hayek, el mercado es la expresión más alta de la libertad humana. Se trata, teniendo en cuenta el enfoque de A. K. Sen, de una posición puramente ideológica. Un ejemplo aclara esto: ¿cuánta libertad tendrá un joven proveniente de una familia pobre que no puede adquirir educación y salud en el mercado? Es evidente que el mismo tendría un mayor campo de ejercicio de su libertad en el caso de que el Estado asegurara estos servicios para todos.
Los problemas de la visión libertaria – neoliberal frente al tema de la libertad se hace más evidente si se tiene en cuenta que el funcionamiento del libre mercado, por su tendencia a generar resultados concentrantes y excluyentes, también provoca una clara diferencia de poder entre los ciudadanos comunes y quienes dominan amplios recursos económicos y financieros. Estos últimos, entre otras cosas, terminan por convertir su poder económico en poder político, en condiciones que su control sobre los órganos del Estado le sirven para acrecentar, vía el despojo y la rapiña, su proceso de acumulación de capital.
Entre las consecuencia, totalmente ocultas por la corriente libertaria – neoliberal, está el hecho de que el secuestro del gobierno por parte de los poderes económicos lleva a eliminar la posibilidad de regulaciones sociales efectivas. Es así, por ejemplo, que los intereses económicos globales utilizaron su poder político para generar una amplia desregulación de los mercados financieros, dando lugar a las condiciones que llevaron a la crisis global que todavía afecta a la economía mundial.
El elemento más importante en esto tiene que ver con la corrupción. Poner, como lo hace el enfoque libertario, al individualismo extremo, junto a la búsqueda desenfrenada de la ganancia y de la riqueza, como la base última de la sociedad tiene graves consecuencias. En efecto, cuando, para decirlo con las palabras del Papa Francisco, el dinero aparece como el dios, la búsqueda del enriquecimiento por cualquier vía, incluyendo la corrupción, se convierte en la finalidad última. La visión que hemos venido criticando se constituye, entonces, en una de las bases sobre la cual se ha venido tejiendo la cultura de corrupción que hoy aqueja a nuestra sociedad.
A final de cuentas el enfoque libertario – neoliberal no es más que una forma ideológica útil a los sectores económicamente dominantes y su corrupción. Se hace, entonces, imprescindible combatirlo tanto en el campo de las ciencias sociales, como en el de la cultura y la acción política. Así mismo se hace indispensable desarrollar una visión humanista, profundamente solidaria, la cual dé lugar a un mundo mejor para todos.
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