Agua, seguridad y soberanía alimentaria
por Juan Jované
Una vez terminado el jolgorio del carnaval, en que el agua se utilizó masivamente como elemento de diversión, debemos volver al mundo real y mirar hacia el futuro. Esto nos lleva a introducir un importante tema que guarda relación con la vinculación que existe entre la seguridad y la soberanía alimentaria y la disponibilidad del agua. Esta vinculación es doble.
En primer lugar, el concepto de seguridad alimentaria, tal como lo define la FAO, incluye la satisfacción de la necesidad humana del vital líquido, es decir la “utilización biológica de los alimentos a través de una alimentación adecuada, agua potable, sanidad y atención médica, para lograr un estado de bienestar nutricional que satisfagan todas las necesidades fisiológicas”. En segundo lugar, el agua resulta un insumo básico indispensable para la producción de alimentos. Es así que, de acuerdo a Lester Brown, fundador del Worldwatch Institute , los seres humanos beben al día un promedio de cuatro litros de agua, sin embargo la comida que ingieren diariamente necesita para su producción cerca de dos mil litros de este preciado líquido. No en vano las estadísticas a nivel mundial muestran que cerca del 70% del agua dulce disponible se utiliza en la agricultura.
La importancia que para la nutrición de la humanidad tiene se puede ejemplificar en el hecho de que cerca de la mitad de las calorías que consume la humanidad provienen del consumo directo de granos, mientras que la otra mitad proviene en gran medida de su consumo indirecto (leche, carne, huevos y otros). En la producción de este elemento básico de la alimentación mundial la irrigación juega un papel central, dado que cerca del 40% del total de las cosechas de granos provienen de tierras irrigadas.
El problema reside en que, dada la forma de utilización del agua, cada día se está haciendo más difícil asegurar las necesidades de irrigación que sostiene la producción alimenticia. El problema básicamente está en la tendencia a la sobrexplotación de los acuíferos, lo que lleva, incluso en los que en principio son renovables, a un creciente agotamiento.
Existen casos extremos como el de Arabia Saudita, que contaba con un producción altamente subsidiada de granos básicos con irrigación, donde se prevé que para el 2016 habrá desaparecido la totalidad de la producción de trigo, viéndose obligada a importar 15 millones de toneladas al año. El problema, sin embargo no solo se da en estos casos extremos. Es así, por ejemplo, que en el Estado de Guanajuato en México el manto freático está cayendo a una velocidad anual equivalente a seis píes, mientras que algunos productores de Sonora tienen que bombear agua de pozos de cerca de 400 pies por debajo de la superficie.
Estados Unidos, China e India producen cerca de la mitad de la disponibilidad mundial de granos básicos y, desgraciadamente en los tres casos, ya se advierten en algunas de sus regiones problemas con el abastecimiento de agua para la irrigación. En China, por ejemplo, se observa que la profundidad de los acuíferos se incrementa en 10 píes anuales. En el caso de la India, por su parte, existen algunas grandes explotaciones agropecuarias que han tenido que utilizar una tecnología petrolera modificada con el fin de acceder a fuentes de agua que se encuentran a 1,000 píes por debajo de la superficie. En relación a Estados Unidos la situación existente puede ejemplificarse con el caso de Kansas, donde a partir de 1982 se reduce el área irrigada, mientras que el punto máximo de irrigación en Nebraska se dio en el 2007.
Se trata de una situación que se agravará no solo con el crecimiento de la población, sino que también con el calentamiento global y la presión de los biocombustibles. En estas condiciones resulta claro que para un país como Panamá hace falta tener dos prioridades muy claras. En primer lugar, la búsqueda de la soberanía alimentaria responde a una necesidad básica de nuestros tiempo. En segundo, lugar el respeto por las fuentes de agua y su uso priorizado para la alimentación son una de las claves para alcanzar la soberanía alimentaria como base esencial de la seguridad alimentaria.
En ese sentido también es conveniente recordar que han sido los pueblos originarios quienes han servido de guardianes de los ríos y de las aguas del país, abriendo la posibilidad de que este vital liquido esté presente para satisfacer las necesidades humanas fundamentales. Nuestra solidaridad con ellos y la lucha contra la desposesión de sus tierras y aguas es un deber insoslayable.
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